Ya es lugar común decir que el libro y la cultura no son en sí mismos valiosos moralmente, que a unos metros de los hornos crematorios los asesinos se deleitaban interpretando a Schubert o conversando sobre Goethe. Pero es difícil abandonar la esperanza en la educación, que quizá no sea sino el deseo de hacer del mundo un lugar más habitable.
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